Fray Diego FERNÁNDEZ DE VILLALÁN


FERNÁNDEZ DE VILLALÁN, Fray Diego (Valladolid, 1466 - Almería, 1556). Obispo.


      Las fuentes franciscanas guardan tal secreto sobre sus orígenes que alienta la sospecha de estar ante un segundón de alguna casa ilustre, en este caso, de los Condestables de Castilla. Con toda probabilidad, haría al menos parte de sus estudios teológicos en el Colegio de San Antonio de la Universidad de Alcalá de Henares, fundada por el cardenal Cisneros. Perteneció a la orden de menores de San Francisco y estuvo al servicio del citado cardenal desde 1501 hasta la muerte de éste en 1523, compartiendo con él toda su inquietud de reforma de la Iglesia en España, que impulsó desde el principio la Reina Isabel La Católica. Villalán, además de celebrar diariamente la Eucaristía al cardenal, era su confesor. Podemos deducir fácilmente cuál era el espíritu estrictamente franciscano que marcó toda su vida, incluso su pontificado en Almería.

      El emperador Carlos V, haciendo uso del derecho de Patronato Real, lo presenta al Papa Adriano VI para cubrir la vacante de la Iglesia en Almería y el Santo Padre lo promueve en el consistorio de 10-XI-1523. Como obispo de Almería ocupa el cuarto lugar de la sucesión, una vez restaurada la diócesis en 1492; sin embargo, en la práctica, fue el primero que se instala en ella, pues los tres anteriores no habían venido a residir, sino que gobernaron por medio de provisores, hecho bastante frecuente en la época y que el concilio de Trento procuró combatir. El tema de la residencia episcopal fue la clave de la reforma que llevó a cabo el Concilio de Trento y una expresión más de lo estimado que era tanto por la Reina Isabel, como por el cardenal Cisneros. Durante su largo episcopado (33 años) tuvo que afrontar numerosos problemas, destacando, entre otros, la reorganización de la diócesis; la reforma de las costumbres; la reordenación del Cabildo, que llevaba 30 años sin obispo efectivo; el problema de los moriscos, para cuyo estudio acudió en diciembre de 1526 a la Junta de Teólogos que se celebró en la Capilla Real de Granada a instancia del emperador Carlos V; pleitos con los señores temporales e incluso con el metropolitano, especialmente por cuestiones de jurisdicción o límites; construcción de varias iglesias, de la Catedral y del Hospital. La mayor parte de estas construcciones las llevó a cabo de su propia hacienda y renta.

      Más de un historiador puede sufrir la tentación de presentarnos a Villalán como un obispo guerrero. Nada más lejos de su espíritu franciscano y de su estilo pastoral. A su llegada había encontrado una ciudad totalmente en ruinas, amenazada constantemente por los piratas berberiscos, sin defensas y en medio de una gran pobreza, en gran parte debido al terrible terremoto que, un año antes, asoló toda la ciudad, sus murallas, los palacios reales, las alfarerías y la mezquita mayor almohade que había sido convertida en Catedral, y de la que sólo quedó en pie parte del muro de la quibla con su mihrab. Ante esta situación, se levantó la Catedral dentro de una fortaleza, pudiendo acoger a los vecinos de la ciudad en caso necesario. Cuando ya se abrían las zanjas del actual emplazamiento (24-III-1524) el emperador Carlos V, ante el empecinamiento de los habitantes de la Almedina, mandó parar las obras. Villalán no se arredró y el día 4 de octubre, fiesta de su padre San Francisco, colocaba solemnemente la primera piedra de la Catedral-fortaleza que ocupa un área de 5.086 metros cuadrados. Entre las muchas obras importantes levantadas por Villalán hay que mencionar el templo parroquial de Santiago Apóstol y el Hospital de Santa María Magdalena.

      En 1526 inicia por la Catedral la visita pastoral a toda la diócesis. Conocidos directamente los problemas de su Iglesia, inicia la programación de su actividad pastoral. Otro problema importantísimo era la restauración de los límites de la diócesis, alterados por la apropiación que el arzobispo de Granada había llevado a cabo. Mucho antes de la llegada de Villalán, en tiempos de Juan Ortega, su sobrino, Francisco Ortega, había intentado dicha recuperación (1502-1507). En este sentido, se enfrentó con el arzobispo de Granada, Gaspar de Ávalos, quien visitó la diócesis de Almería y se atrevió a enviar a la emperatriz Isabel, por ausencia del Emperador, un informe contra el obispo almeriense. Villalán apela a la emperatriz Isabel, al Consejo Real y, lo más importante, a Roma. La Santa Sede decide que las causas en primera instancia queden bajo el obispo Villalán y sus sucesores. Por su parte, el Emperador manda suscribir una concordia.

      Villalán reorganizó extraordinariamente la diócesis, pero no podemos ni debemos ocultar las tensiones existentes entre el obispo y el Cabildo por la intervención directa del obispo en asunto de rentas eclesiásticas. Para la Catedral consigue la creación de las canonjías de magistral y doctoral. Puso un gran interés en fomentar el culto al Santísimo Sacramento y por el cuidado, por parte del Cabildo, de la documentación y su guarda con toda seguridad.

      Uno de los temas más difíciles a resolver fue el de los señores temporales. Entre otros, los más importantes eran el marqués de los Vélez, los Enríquez, el conde de la Puebla del Maestre, Diego de Cárdenas, Luis de Soto Mayor y María de Luna, marquesa de Águila Fuente, quienes, por su participación en la reconquista de Almería, tenían el derecho de recibir los diezmos con el deber no sólo de atender al clero, sino también al culto y a levantar o reparar los templos. Algunos se extralimitaban atribuyéndose el derecho de patronato por el que nombraban a los párrocos y beneficiados. Muchos de los templos eran muy pequeños y no capaces para los fieles del pueblo. Fray Diego se enfrentó con toda valentía a estos problemas, exigiendo que cumplieran con su deber y frenándoles en cuanto a los nombramientos, que eran de la exclusiva autoridad del pastor de la Iglesia diocesana.

      En su primera visita a la Catedral (1-X-1526) descubre ya la costumbre de cómo celebraban la fiesta de los Santos Inocentes con la elección, el 6 de diciembre, del obispillo y apareciendo el día 28 con disfraces en el coro. El obispo fue tajante en la supresión; así como ante algunos vicios y pecados de los sacerdotes. Al obispo le preocupó muchísimo el mal ejemplo que se pudiera dar a los conversos y, con toda valentía y energía, los cortó.

      La figura excepcional de fray Diego Fernández de Villalán llegó hasta el final de su pontificado trabajando con toda fidelidad. Padeciendo de perlesía los últimos años de su vida, no pudo asistir a la segunda etapa del Concilio de Trento, a pesar de haber sido invitado por el mismo Emperador. Asimismo, tuvo que firmar sus últimos documentos por medio de su provisor Luis de Zamora. El 7-VIII-1556, a las doce de la mañana, descansaba en el Señor. Había cumplido los noventa años de edad. Siguiendo sus deseos, el Cabildo, en señal de gratitud y recuerdo, le dio sepultura en la capilla del Santo Cristo de la Escucha, dónde más tarde sería colocado su mausoleo y en cuya inscripción se nos hace un resumen de su episcopado, aludiendo, entre otras cosas, a su generosidad cuando se lee que la Catedral, con gran gasto y trabajo, ipse solus construxit. Todo esto nos ayuda a descubrir el gran carácter, las dotes de gobierno y organizativas que lo adornaban, dentro de un espíritu franciscano estricto y delicioso. Juan de Orea labró a sus pies un perro alano, de la raza española que aparecen en su escudo de armas, símbolo de la fidelidad de los señores capitulares, no respondiendo a ninguna de las leyendas que circulan sobre él.

      Tiene interés conocer a la familia episcopal. El más importante fue su sobrino Bartolomé de Villalán, que tuvo los cargos de provisor y vicario general del Obispado. Además de Juana de Villalán, hermana del obispo, nos encontramos con Miguel de Zambudio, que con ella controla las rentas eclesiásticas; Tadeo Despínola y Juan Delgadillos, sus mayordomos. Otro sobrino fue Luis de Villalán. Es de justicia decir que tanto el obispo como sus familiares vivían con la máxima austeridad, para poder acudir a tantas obras como el prelado emprendió.





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